domingo, 15 de noviembre de 2015

Solicitud en Din A3




Bájame una estrella en tamaño din a3,
acércame su resplandor.
Quiero que esa luz se vierta en mi cuerpo
para que sus destellos persistan más allá de la música.
Me gustaría que el viento de la palabra
apresase mis bosques
y la naturaleza se quedase inmóvil.
Concédeme por contagio tu inmortalidad,
separa mi conciencia de los abismos del mundo.
Alíviame de este temor al vacío.
Devórame como el mar devora a los acantilados
o lanza una cuerda, súbeme 
y rescata mi alma del naufragio.
Quiero encontrarme en ti,
que en un abrir y cerrar de labios
pueda mirar en mis sueños
por si existen perseguidos
y tal vez pueda salvarlos.
Entra en mi corazón,
acaríciame con tu voz.
Voy a lanzarme
por el Niágara detenido de tu boca.
Coge mi mano ahora,
quiero que sepas que
te regalo mi vida
a cambio de un poema.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Recuerdos en el café de la juventud perdida a la manera de Modiano


Foto: www.rtve.es


Eran días sin relojes, 
noches con horizontes cortados 
y mañanas que llegaban demasiado pronto. 
Tiempos de vivir en las calles 
y dormir en las aulas: aulas infectadas de gente, aulas sin calefacción.
Fueron tiempos de acuerdos multilaterales, pisos compartidos, 
turnos de limpieza y legislaciones de frigorífico. 
Recuerdo un submarino llamado Berlín, 
y un paraíso dónde podían encontrar 
a quien estaba perdido.
Recuerdo los grasientos amaneceres del Raíces 
y el beicon que nos devolvía  la vida, 
cuando la vida eran dos monedas de cien. 
Recuerdo la niebla de la Alameda 
pintada en mis ventanas 
como el resplandor sin cuerpo
 de un cuadro de Rothko. 
Recuerdo a Charlie Parker llorando en mi radio casete 
y a Manolo Tena que siempre estaba de bajón. 
Recuerdo los libros que presté, 
las películas que no me devolvieron, 
las noches en que no amé. 
Recuerdo cuando la desdicha se interponía en mi destino 
y caminaba hacia cualquier parte, 
con una brújula perdida en el pecho 
y el sabor ciego de perseguir un rumbo. 
Recuerdo el olor a humedad de las calles, 
el frío calándome los huesos, 
la respiración hipnótica de las campanas, 
el sonido hueco de los pasos, 
la sombra de una pareja 
desapareciendo en el plano de la noche 
mientras pensaba que
daría cualquier cosa porque fuese mi nombre 
el que aquella mujer pronunciase
al despedirse al día siguiente.
Recuerdo las floristerías frente al mercado, 
las hortensias embestidas por el viento, 
las horas deshaciéndose en el reloj de la Quintana
y la luna como las teclas sucias de un acordeón.
Recuerdo el día que nevó  
y las manifestaciones 
por el cambio de normativa 
en los colegios mayores.
Recuerdo aquella chica 
que me arruinaba la vida 
pero a mí eso me gustaba
 (cosas del sadomasoquismo).
Recuerdo la lluvia como alfileres en la piel, 
sus abrazos como océanos 
y las heridas 
que dejaban en el cielo los aviones 
cuando se marchaba 
y yo tenía que volar muy lejos de mí 
para alcanzarla.
 Y es que el yo que ella quería
estaba a kilómetros de distancia 
de mi auténtico yo. 
Quizás por eso, 
como en los libros de Modiano,
y si la memoria no me falla, 
me acuerdo de casi todo
excepto de mí.